¡Renunciamos!

Muchas cosas han ocurrido en los últimos días. Después de estar muy enfermo y estresado por mi trabajo, al punto de perder el sueño casi por completo y hasta llegar a creer que estaba en riesgo de un infarto, tras orar mucho con mamá, decidimos que lo mejor era renunciar.

La Universidad de Miami ha sido un empleador ingrato, por decir lo menos. Pero no quiero hacer de este escrito un memorial de agravios, aunque sí quisiera escribir alguna vez las cosas que allí me han ocurrido. En lo que aquí quiero enfocarme es en la razón por la cual tomé la decisión de retirarme de la Universidad (al menos de la Facultad de Medicina, porque existe una leve posibilidad de mudarme a la Facultad de Artes y Ciencias, que no descarto todavía por completo, aunque sí me siento muy inclinado a hacerlo).

Hace mucho que no quería seguir con este trabajo. Y no me refiero a meses, sino años. Por ejemplo, el año pasado, después de otra nueva grandísima desilusión, estuve al borde de hacerlo por las poco beneficiosas condiciones de trabajo para mí, que tienden a empeorar con los días y que están enterrando mi carrera. Pero como ahora soy padre de familia y mi trabajo es la fuente de ingresos para mamá y para ti, me contuve. Y aunque todo me dolía por dentro, con resignación seguí.

No obstante, la decisión me pesaba. Verás, la resignación es una forma de pecado porque revela falta de fe. Por eso me sentía tan inconforme. Porque, mamá y toda la familia lo sabe, llevo tres años buscando otro trabajo y no lo he conseguido. Una posible explicación a ello es que mi falta de productividad en mis años de depresión me llevó a no tener tantas publicaciones ni historial de grants, así que mi perfil puede no resultar tan atractivo. Así que me he sentido peleando contra el mundo y muchas veces he tenido que batallar con el sentido de frustración.

Pero hay algo que vas a aprender de mí, y es que con mi Señor la resignación no es una posibilidad. Yo estoy dispuesto (¡espero!) a sufrir por amor a mi Dios y por amor al prójimo, pero estoy muy poco dispuesto a resignarme a dejarme enterrar por una situación, como si no supiera que mi Dios es el Todopoderoso y me ama con locura. La resignación para el creyente es pecado porque revela falta de fe. Por eso me pesaba continuar. Por eso no podía continuar. Y sin embargo…

¿Qué me llevó a tomar la decisión? La voz de Dios hablando a mi corazón. ¿Cómo ocurrió? He estado leyendo Marcos por estos días. Había leído cómo Jesús alimentó a los cinco mil con cinco panes y dos peces y, poco después, cómo alimentó a cuatro mil con siete panes y unos pocos pescaditos.

Tiempo después (no sabemos qué tanto), Marcos narra que Jesús tuvo un altercado con los fariseos y se fue en la barca con los apóstoles, que habían olvidado llevar comida y solo tenían un pan. El Señor les dijo que debían cuidarse de la levadura de los fariseos y de Herodes (por cierto, ¡justo los religiosos y los políticos!). Los apóstoles se preguntaron si les estaba diciendo esto porque no llevaban comida, así que Jesús los llevó a la siguiente conversación (Marcos 8:14-21):

—¿Por qué están hablando de que no tienen pan? ¿Todavía no ven ni entienden? ¿Tienen el corazón endurecido? ¿Es que tienen ojos, pero no ven, y oídos, pero no oyen? ¿Acaso no recuerdan? Cuando partí los cinco panes para los cinco mil, ¿cuántas canastas llenas de pedazos recogieron?

—Doce —respondieron ellos.

—Y, cuando partí los siete panes para los cuatro mil, ¿cuántas cestas llenas de pedazos recogieron?

—Siete —dijeron.

—Y todavía no entienden.

No puedo describirte con palabras la paz que sentí en mi corazón en ese momento, el peso que se me quitó de los hombros. Mi buen Dios me recordaba lo que Él puede hacer y que, conforme a su promesa del Sermón del Monte de proveer para todas nuestras necesidades si buscamos primeramente el reino de Dios y su justicia, Él iba a tener cuidado de nosotros. Desde aquel momento empecé a recuperar el sueño y mi digestión se normalizó. Yo no voy a ser de los que no tienen fe, de los que se resignan como si no tuvieran Dios. Y es mi oración que Dios nos dé fuerzas a mamá y a mí para mostrarte —y a muchos más a partir de ti, nuestra semilla de Mostaza— cuánto vale la pena confiar en Él.

Testificar

Una cosa que me llama mucho la atención de George Müller —uno de los mayores héroes en mi vida y gran fuente de inspiración para confiar en mi Señor Jesucristo— es su decisión de llevar una vida de fe para mostrarle al mundo que Cristo era tan confiable en el siglo 19 como en el tiempo de su paso por la Tierra.

Desde que este año comenzó, he retomado mi antigua vida de oración porque su voz se me estaba ahogando entre los espinosos afanes de este mundo. Y yo sé claramente que Dios es el Único y lo único que me ha funcionado. Me dejé llevar tanto por mi trabajo (para nada, porque la recompensa terrenal ha sido muy poca) que las últimas veces que oí la voz de Dios con claridad fueron cuando Lis estaba embarazada de nuestro hijo Juan Pablo. En aquel entonces, Dios nos regaló la promesa de la semilla de mostaza, nos dijo que sería hombre y nos regaló su nombre, historias que serán motivo de un escrito posterior.

Volviendo a este año, arrepentido y ya sintiéndome seco, me volqué en oración a mi Dios y también le dije a Lis que empezáramos a orar conjuntamente y de manera consciente, no religiosa, por nuestras peticiones (no que antes hubiéramos dejado de orar juntos, sino que se nos estaba volviendo simple ritual y poca vida). El resultado es que, una vez más, comenzamos a ver espectaculares respuestas de Dios en todas las áreas, inclusive en las peticiones de mejoría de nuestra relación matrimonial, que mucho estábamos necesitando. Así que tomé la decisión de documentar las respuestas como forma de testificar que vale la pena confiar plenamente en Él y a Lis le pareció una idea maravillosa. Nuestra motivación es que Mostaza, el resto de la familia, los amigos y quienquiera que nos lea vean y crean que las palabras de Jesús son tan auténticas hoy como en el siglo 1 en Judea y en el siglo 19 en Bristol.

De modo que, en adelante, muchos escritos serán para revelar nuestra vida de fe. Nos hará necesariamente vulnerables, pero a mí eso no me disgusta. Estoy convencido de que, en un Primer Mundo que ofrece tantas comodidades, si uno no se pone voluntariamente en situación de necesidad delante de Dios, no puede ver su gracia. Como en el mundo, se termina convirtiendo uno mismo en su propio jireh, supliendo todo lo que le falta conforme a sus propias y muy escasas riquezas. Tal cosa a la larga no es más que una forma de idolatría, por supuesto. Idolatría del yo.

Nuestra oración y anhelo es que nuestro buen Dios en su gracia nos acompañe, nos fortalezca y edifique a muchos con nuestra vida de fe.

Plenitude

The kiss – Gustav Klimt

I began to feel depressed in the middle of my Ph.D., around the year 2007. The difficult financial situation of my family in Colombia, a troubled romantic relationship, and my almost total inability to survive on my own (which became too evident when I had to live without my family in Brazil) took a toll on me, and the bill lasted for approximately ten years.

When I came to the States, loneliness hit even harder. When I started my postdoc, I realized that all my dreams came true but I was still unhappy. Furthermore, I realized that accumulating more success wouldn’t bring the happiness I longed for, so I ended up paralyzed. I was angry with God; on the brink of suicide, I really wanted to die, and I hated my intelligence because it made me feel even worse about myself. After never fearing anything, I became terrified of the night; around 4:00 pm, the panic of knowing it would get dark, and I would be alone again overwhelmed me. How was it that, for everyone who saw me, I had so many talents, and I was sinking?

My Google Scholar clearly reflects it: after completing my doctoral dissertation in 2009, which produced two articles (this and this), I only published again in 2017, eight years later! Google Scholar shows two more articles, but they are somewhat misleading (one is a preprint that couldn’t be published due to an error in the argument, and the other was an article from my undergraduate thesis to appease my employer in 2016).

2017 was a turning point in my life. The lowest point I touched and the point from which my God rescued me. After my most sincere prayer of repentance, I had a personal encounter with Christ that transcended everything I previously believed and understood. I used to talk a lot about religion. I gave lectures throughout the Spanish-speaking world on the existence of God, some of them for thousands of people, but I had never had an encounter with Christ in my adult life. Like Job, I can say:

I uttered what I did not understand,
things too wonderful for me which I did not know…
I had heard of you by the hearing of the ear,
but now my eye sees you.

My best analogy to describe what happened is this:

John Doe has read everything about the kiss: the best psychology books about its emotional effects, the best biological and medical literature on its physiological effects, and the best poems, novels, and stories — the romantic ones, the erotic ones, and the worldly ones. There is no greater expert on the kiss than John Doe! When he talks about it, everyone listens because he is the authority. But John Doe has never kissed the woman he loves. Perhaps he has kissed others, maybe many, but not the one he loves.

After many years, when he finally kisses her for the first time with an endless kiss — just the two of them, without impediments or haste—and the only words that come to his mind are: «Thank you, my God! Thank you, my God! Thank you, my God! Thank you, my God!», then he realizes that he did not know what a kiss was, and that he could never express in words the existential plenitude he experienced.

Furthermore, he now realizes that it doesn’t matter if his ideas about kissing were true or false because they do not add or take a thing. They weigh nothing! Like a null set, all his opinions were tekel. Theory and words fall so short that to say they do no justice to reality is to do no justice to reality. After having all his works written, when Thomas Aquinas had a mystical revelation of God, he summarized it well: «I can write no more. All that I have written seems like straw.» In that sense, I declare myself a Thomist!

From that point on, the guidance of the Holy Spirit became as clear to me as the purest water; his voice took away all my fears, and the sadness left me, never to return. In 2018, during a time of prayer and fasting, God promised me that from my 40s on He would restore everything I lost. He also promised He would give me a wife. And so it was. When I was 40, I met Lisette in Medellín. Two days after we started talking, I told her that I wanted to marry her, and she accepted. A month before turning 41, with full certainty in my heart that God had fulfilled his promise, we were already together in Miami. My good God fulfilled His word and has not stopped fulfilling every promise He has made since then. He has restored every single area of my life.

What about my profession? One of the things God took away was my mental block. In 2018, I started generating ideas again. The ideas gradually materialized into articles, and since then, I have been publishing in such diverse areas and in such well-reputed journals that I am still amazed: philosophy, physics, epidemiology, population genetics, statistics, information theory, and artificial intelligence, are but a sample. And I have more ideas. Many more! So many that sometimes it’s hard for me to pick the one to dedicate my next effort. And I know greater things are coming. After a mental and existential hiatus of ten years, there is no area where God has not intervened to restore it and make all things new. And yes, my Google Scholar page is there to prove it.

I don’t believe in religions; I don’t think the answer is Catholicism, Protestantism, or Anglicanism; in fact, I have a rather poor — if not negative — view of all those «isms.» They all seem like distractions from the true goal. I believe in Jesus; I talk about Jesus and what He has done for me. I live for Christ, and I follow Him. Like Saint Paul, I have been crucified with Christ; it is no longer I who lives, but Christ lives in me; and what I now live in the flesh, I live by the faith in the Son of God, who loved me and gave Himself for me. Like Saint Augustine, my heart was restless until it found rest in Him. Like Saint Thomas, everything I did before finding Him seems like straw. Like William Wilberforce, I believe God called me for a purpose greater than I can imagine. Like George Müller, I decided to die to myself to live for Him, and I want to show the world that it is worth the price.

Plenitud de la existencia

El beso – Gustav Klimt

Empecé a sentirme deprimido más o menos en la mitad de mi doctorado, alrededor del año 2007. La precaria situación económica de mi familia en Colombia, una mala relación sentimental y mi casi completa inhabilidad para sobrevivir por mí mismo (que se volvió demasiado obvia cuando tuve que vivir sin mi familia en Brasil) me pasaron una factura cuya cuenta de cobro duró aproximadamente diez años.

Cuando llegué a Estados Unidos, la soledad me golpeó todavía más duro. Me di cuenta de que había hecho todos mis sueños realidad, pero no era feliz. Más aún, me di cuenta de que acumular más éxito no iba a producir esa felicidad que tanto anhelaba. Quería morirme, estuve al borde del suicidio varias veces, estaba bravo con Dios, detestaba mi inteligencia porque me hacía sentir aún más mal conmigo. Después de nunca haberle temido a nada, pasé a sentir terror de la noche; cuando llegaban las 4:00 pm, el pánico de saber que iba a oscurecer y yo volvería a estar solo se apoderaba de mí. ¿Cómo es que para todos los que me veían tenía yo tantos talentos pero me sentía cada vez más hundido? Terminé paralizado.

Mi página de Google académico lo muestra claramente: después de haber terminado mi tesis de doctorado en 2009, de donde salieron dos artículos (este y este), solo volví a publicar en 2017; es decir, ocho años después. Google académico muestra otros dos artículos, pero son medio falaces (uno es un preprint que no se pudo publicar por un error en el argumento y el otro fue un artículo de mi tesis de pregrado, que terminé en 2005, para calmar los ánimos de mi empleador).

2017 marca un antes y un después en mi vida. El punto más bajo al que llegué y el punto del cual mi Dios me rescató. Después de la más sincera oración de arrepentimiento en mi vida, tuve un encuentro personal con Cristo que trascendió todo lo que antes creía entender. Yo hablaba mucho de religión, había hecho conferencias por gran parte del mundo hispano hablando de la existencia de Dios, varias veces para miles de personas, pero nunca había tenido un encuentro con Dios. Como Job, puedo decir:

Hablaba lo que no entendía
cosas demasiado maravillosas para mí que yo no comprendía...
Oye, te ruego, y hablaré;
te preguntaré y tú me enseñaras.
De oídas te había oído;
mas ahora mis ojos te ven.

Mi mejor analogía para describir lo que pasó está inspirada en una escena de En busca del destino:

Pepito Pérez ha leído todo cuanto existe sobre el beso: los mejores libros de psicología sobre el efecto emocional del beso; la mejor literatura biológica y médica sobre su efecto fisiológico; los mejores poemas, novelas y cuentos —los románticos, los eróticos y los mundanos—. ¡No hay mayor experto en el beso que Pepito Pérez! Cuando habla, todos lo oyen porque es la autoridad. El problema es que Pepito Pérez nunca ha besado a la mujer que ama. Tal vez haya besado a otras, quizás a muchas, pero no a la que ama.

Cuando después de años —sin estorbos, sin afanes, solos los dos—, la besa al fin por vez primera con un beso interminable, y mientras la besa solo se le ocurre repetir en una oración desde lo más profundo de su corazón: «¡gracias, Dios mío!; ¡gracias, Dios mío!; ¡gracias, Dios mío!; ¡gracias, Dios mío!…», entonces se da cuenta de que no tenía ni la menor idea de qué era un beso y nunca podría expresar en palabras la plenitud existencial que experimentó.

Más aún, se da cuenta de que no importa si sus ideas sobre el beso eran ciertas o falsas, porque no añaden nada, no quitan nada, no pesan nada. Como un conjunto de medida nula, toda esa palabrería era tekel. La teoría y las palabras se quedan tan pero tan cortas que decir que no le hacen justicia alguna a la realidad es no hacerle justicia alguna a la realidad. Tomás de Aquino lo plasmó bien cuando, después de haber escrito todo cuanto publicó, tuvo un encuentro con Dios. «Me han sido reveladas semejantes cosas que lo que he escrito me parece paja», dijo. En ese sentido me declaro tomista.

Así, la dirección del Espíritu Santo se volvió tan clara para mí como el agua más pura, su voz se llevó todos mis miedos y la tristeza profunda se fue para nunca más volver. En 2018, en un tiempo de oración y ayuno, Dios me prometió que a partir de mis 40 años me iba a restituir todo lo que yo había perdido y que me iba a dar una esposa. Y así fue. A mis cuarenta años conocí a Lisette en Medellín. Dos días después de comenzar a hablarnos, le dije que mi plan era casarme con ella y aceptó. Un mes antes de cumplir 41, con la plena certeza de que Dios me había cumplido, ya estábamos juntos en Miami. Mi buen Dios cumplió y no ha parado de cumplir. Hoy tengo mi familia. Cada área de mi vida la ha restituido desde entonces.

¿Qué pasó con mi área académica? Una de las cosas que Dios se llevó fue mi bloqueo mental. En 2018 empecé a producir ideas otra vez. Poco a poco esas ideas se fueron materializando en artículos y desde entonces llevo todos estos años publicando en áreas tan diversas y en revistas tan bien reputadas que yo mismo me sorprendo: filosofía, física, epidemiología, genética de poblaciones, estadística, teoría de información e inteligencia artificial, entre otras. Y tengo muchas más ideas para publicar. Muchas más. Tantas que a veces me cuesta escoger a cuál dedicar mi próximo esfuerzo. Sé que vienen cosas mucho más grandes. Después de un paro mental y existencial de diez años, no queda área en la que Dios no haya metido su mano para restaurarla y cambiarla. Y sí, mi página de Google académico está ahí para demostrarlo.

No creo en religiones; no creo que la respuesta sea el catolicismo, el protestantismo o el anglicanismo; de hecho, tengo una perspectiva bastante pobre —por no decir negativa— de todos esos «ismos». Todos me parecen distracciones de la verdadera meta. Creo en Jesús, hablo de Jesús y de lo que Él ha hecho por mí. Yo vivo para Cristo, lo sigo a Él, le creo a Él. Como Pablo de Tarso, con Cristo estoy justamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Como Agustín de Hipona, mi corazón estuvo inquieto hasta que reposó en Él. Como Tomás de Aquino, todo lo que hice antes de encontrarme con Él parece paja. Como William Wilberforce, creo que Dios me llamó a un propósito más grande de lo que me puedo imaginar. Como George Müller, decidí morir a mí para vivir para Él, y quiero mostrarle al mundo que vale la pena confiar en Él.

No es lo mismo llorar en un Ferrari

No. No es lo mismo. Es peor. Mucho peor. Ante lo que fuera que produjo las lágrimas, el Ferrari solo hace más notoria la incapacidad, más nauseabundo el vacío, más profunda la soledad. El Ferrari es el descubrimiento, o peor, el recordatorio, de que las posesiones y capacidades no son la solución para la vida. Es lo que siente el practicante de una religión, la que sea, incluso la cristiana, cuando en un análisis sincero se da cuenta de que su creencia no se lleva sus dolores. El Ferrari y la religión sirven para lo mismo: para nada.

En cuanto a la religión cristiana el problema es que la abrumadora mayoría de sus practicantes la consideran una cosa más en su vida. «Tengo mi familia, mi carro, mi casa, mi profesión y mi religión cristiana». Como un cuadro que se cuelga en alguna parte de la casa. Pero no conocen a Cristo. Chesterton decía que el cristianismo no se intentó y se encontró faltante, sino que nadie lo intentó porque a todos les pareció demasiado difícil. En efecto, son pocos los Pablos de Tarso, los Wilberforce, los Müller.

Cristo —experimentarlo, vivirlo, seguirlo— no tiene nada que ver con la religión cristiana; ni con la católica ni con la protestante ni con la ortodoxa. Es más, si alguien de verdad sigue a Cristo, se hará enemistades con los religiosos de cualquier bando, sean fariseos o saduceos. Al final de cuentas, ellos todos representan lo mismo: el Ferrari.

Solo hay un camino, solo hay una verdad, solo hay Uno que es vida y cuyas palabras son Espíritu y son vida. De hecho, solo hay uno que es Palabra y no hay más para decir fuera de Él. Él era y es todo el mensaje por comunicar. El Ferrari (las riquezas, el hedonismo, el éxito, la religión…) solo sirve para agudizar el dolor de la existencia. Cristo es plenitud, así no haya nada más en la vida.

Aprender a caminar

Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.

Mt. 5:48

Cuando Jesús habló en el Sermón del Monte sobre el verdadero amor y sobre la forma de amar del creyente —tal como el Padre nos ama—, cerró su enseñanza con la declaración contundente de que fuéramos perfectos como el Padre celestial. El pasaje es controversial, sobre todo entre personas que llaman a Jesús «Señor» pero no quieren hacer lo que Él les dice.

Lo primero que veo aquí es una idea que ya he tocado antes: el estándar de moral ha de ser Cristo, no el prójimo. Al mediocre le fascina compararse con otros a quienes él considera peores para sentirse bien consigo mismo. No obstante, como Jesús enseña, el parámetro no son los otros, sino Dios mismo. El verdadero nivel de moral personal se mide de la siguiente manera:

\text{Nivel de bondad personal} = \frac{\text{Bondad personal}}{\text{Bondad de Dios}} = 0,

porque Dios es el sumo bien y su cantidad de bondad es ilimitada (infinita), mientras que la de cada uno de nosotros es limitada (finita). Así que en términos de moral, solo hay dos opciones: o el vaso está lleno, o el vaso está vacío, no hay puntos medios; y el vaso siempre va a estar vacío si solo depende de nosotros porque no podemos poner en el numerador más que una cantidad finita de bien. Necesitamos que Dios mismo venga y llene la copa.1

Lo segundo que me parece notorio es que el llamado está dado dentro de un contexto particular: el del amor. Es decir, el llamado a ser perfecto no es acerca de cumplir normas morales, sino de amar bien:

Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.

Mt. 5:43-48

Tercero, lo más obvio: hay un llamado a ser perfectos. Pero esto molesta a muchos. Hay quienes leen el texto en cuestión y entienden que, a menos que sean perfectos, Dios no los ayudará. No obstante, eso no es lo que dice el pasaje ni lo que Jesús mostró durante su ministerio terrenal. La mejor clave para entender las palabras de Jesús suele ser el ejemplo de su vida misma: ¿Ayudó Jesús a personas que no eran perfectas? ¡Por supuesto! ¡Todo el tiempo! ¡De eso se trató su ministerio terrenal! ¡Esta es la esencia del nuevo pacto! Así que es totalmente incorrecto pensar que el pasaje enseña que Dios no nos ayudará si no somos perfectos. Y aun así, el llamado a ser perfectos permanece. Pablo lo entendió bien y por eso les dijo a los efesios que la meta era que llegaran a ser perfectos como Cristo (Ef. 4:13-15).

C. S. Lewis lo explica de la siguiente manera en Mero cristianismo (libro IV, capítulo 9, «Calculando el precio»): la gente acude a Dios para que la libre de pecados que la avergüenzan o que interfieren con su vida cotidiana. Y Dios, que es bueno, por supuesto lo hace. Sin embargo, Dios no va a parar con esos pecados, su objetivo es librarnos de las ataduras de todo pecado para que lleguemos a ser perfectos. ¿Quiere decir esto que Dios no se agradará de nosotros si no somos perfectos? ¡Por supuesto que no! Lewis continúa diciendo lo siguiente (tomando una analogía maravillosa de George McDonald, que es la inspiración de este escrito): Todo padre se deleita con los primeros intentos que hace su bebé por caminar; pero ningún padre va a quedar satisfecho con menos que el caminar libre, firme y valiente de un hijo adulto.

Como por estos días nuestro hijo Mostaza está aprendiendo a caminar, recordé esta enseñanza de Lewis y McDonald que tan profunda y clara me ha parecido por años. Es hermoso ver los pasitos torpes e inestables de mi hijo; yo lo veo y se me hinche el corazón de amor. Pero el mismo amor que siento me lleva a darme cuenta de que no me satisfaría verlo caminar así toda su vida. Porque lo amo, quiero que él pueda caminar libre, firme y estable por la vida. Así que, como una imagen vale más que mil palabras, cierro este escrito con los primeros pasos de mi hijo, que me recuerdan el amor de mi buen Padre celestial:2

Mostaza en sus primeros pasos

Notas

  1. Formalmente, el nivel de bondad personal se expresa como un límite: \lim_{b\rightarrow\infty}\frac{n}{b}, donde n es la bondad personal y b es la bondad de Dios. Para quien solo depende de su moral personal, el numerador es finito, con lo que el nivel de bondad decrece a cero. Pero el creyente que recibe el regalo de Dios, al vivir la verdad en amor, crece a un varón perfecto, hasta ser en todo como Cristo (Ef. 4:13-15). Es decir, n crece a b, con lo que el límite es 1.

  2. Hace aproximadamente siete años he querido hacer este escrito, desde que Juana, mi sobrina, aprendió a caminar. En aquel entonces tenía el video de sus primeros pasos en un antiguo teléfono, pero lo cambié y perdí el video. Ahora Dios me concede el privilegio de escribirlo no como tío sino como padre, porque Él es un Dios que cumple sus promesas.

Nuestra única fidelidad es con Cristo

La mayoría de los que se hacen llamar cristianos en realidad no lo son. Las iglesias están llenas de gente que va regularmente pero que no conoce a Cristo y, por ende, tampoco al Padre. No me sorprende mucho. Jesús dijo que muchos serían los llamados y pocos los escogidos. Y cuando le preguntaron si pocos se salvarían, respondió: «Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, porque muchos tratarán de entrar y no podrán». Mi único propósito en la vida con tu crianza, hijo, es guiarte para que tú también pases por la puerta estrecha.

El ambiente cristiano, muy de la mano con la cultura superficial en la que está inmerso, ha hecho de la frase «creer en Jesús» algo etéreo y recóndito en el alma y que tal vez pertenezca al mundo platónico de las ideas (cuya existencia es bastante cuestionable). El problema radica en la preposición en, así que hay una receta sencilla para que no te dejes llevar por tanta superficialidad: cambia en por a. «Creer en Jesús» no es otra cosa que «creerle a Jesús». Toma sus palabras a pie juntillas. No interpretes a Jesús a través de Pablo, George Müller o papá. Interpreta a Jesús por sus palabras y su vida. Míralo a Él directamente. Y después, a través del prisma de Jesús, interpreta a papá, a George Müller o a Pablo.

Esta enseñanza, que te repetiré una y otra vez, tiene diferentes aplicaciones en diferentes momentos. La de este instante involucra a Ron DeSantis, gobernador de Florida, que ha decretado que quienes de alguna forma ayuden a inmigrantes indocumentados, sea para darles trabajo o para llevarlos en carro, pagarán con cárcel. DeSantis dice ser cristiano (católico), pero no lo es. Su dios, como el de casi todos los conservadores de este país, es su ideología política. Pero Cristo dice lo siguiente con toda claridad:

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, con todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros, como separa el pastor las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda.

»Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron”. Y le contestarán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí”.

»Luego dirá a los que estén a su izquierda: “Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron nada de comer; tuve sed, y no me dieron nada de beber; fui forastero, y no me dieron alojamiento; necesité ropa, y no me vistieron; estuve enfermo y en la cárcel, y no me atendieron”. Ellos también le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o como forastero, o necesitado de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?” Él les responderá: “Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí”.

»Aquellos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna».

No hay lugar a interpretaciones difusas. Quienes dicen creer en Jesús pero no hacen lo que Jesús manda terminarán en el infierno. Más claramente, quienes no ayudaron, entre otros, al forastero (al inmigrante) recibirán tal castigo.

Pero para los que amamos a Jesús y nos esforzamos por amar al prójimo como Él nos amó, no hay la opción de no ayudar al inmigrante, con o sin documentos; al que está en la cárcel, inocente o culpable; al que tiene hambre, sed o frío; o mejor dicho, a quien nos necesite, en toda la medida de nuestras posibilidades, como el buen samaritano (extranjero odiado) con el judío moribundo de la historia. Si por ello hemos de pagar con cárcel, ¡bendito sea el Señor que nos permite sufrir por causa de su nombre! Nuestra medida, hijo, es el Señor Jesucristo. A Él debemos toda nuestra fidelidad. En nuestra familia, ayudaremos a todo el que lo necesite: liberales, conservadores, inmigrantes con o sin documentos, libres o encarcelados. Si algún día podemos ayudar a Ron DeSantis, le ayudaremos; y si algún día podemos ayudar a Joe Biden, también lo haremos. Porque en nuestra casa vamos a dar la gracia que de Él hemos recibido.

Los tiempos cambian y es imposible saber cómo pensará la gente cuando comprendas esto. Pero a hoy, mayo de 2023, en esta cultura estadounidense, los «creyentes» conservadores creían que, de haber persecución, vendría de los demócratas/liberales (una perspectiva que no es tan descabellada, la verdad). Lo que pocos esperaban era que la persecución les llegara por los republicanos/conservadores, que se juraban adalides de las libertades para el cristiano. A mí poco me sorprende; al fin y al cabo Cristo murió por la mano de paganos hedonistas y de religiosos conservadores. Ya lo ves.

A Mostaza en su primer año

No tengo para ti añoranzas que un padre cualquier tendría. No te estoy educando para que ganes los Premios Nobel de física y literatura, la medalla Fields o para que seas el fittest man on Earth. Los galardones humanos tienen dos grandes defectos: el primero, que el orín y la polilla los corroen, se destruyen con el uso; el segundo, que muchos de los que se los ganan no se los merecen, y muchos más de los que no se los ganan, sí.

Pero tú, hagas lo que hagas —seas físico, literato, crossfitter o matemático —¡o cualquier otra cosa!, ¡lo que quieras ser!—, hazlo para la gloria del Dios que te ama. Quizás los hombres te honren por hacer las cosas bien, pero no hagas de su reconocimiento tu motivación. Aunque el mundo no te reconozca, tienes un Dios en el cielo que te ve y se complace con tu excelencia para Él. Y su recompensa no es solo grande, sino eterna. ¡Eterna!

No importa si solo tienes dos centavos, entrégaselos con todo tu corazón. No es la cantidad en comparación con otros (muchos pueden dar más, pero para ellos es solo el sobrado); sino la calidad y la cantidad, las dos, en relación a ti. Es decir, dalo todo y hazlo de corazón por tu Señor, porque Él lo dio todo por ti. Es cierto que no te costó nada recibir lo que te dio. Pero gratis no es lo mismo que barato. Su regalo es infinitamente caro, y la única forma de honrarlo es darle todo de ti.

Déjalo todo en la cancha. Todo lo que tienes. Entrégalo todo, dáselo todo. Y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará.

Lo que Pedro entendió

La pesca milagrosa de Jacopo Bassano

Después de la resurrección de Jesús, los discípulos volvieron a Galilea. Pedro decidió salir a pescar una vez más. Debía sentir una gran frustración por haber negado a su Señor. Aunque lo vio resucitado, tal vez pensaba que no había perdón y gracia suficientes para él, de modo que volvió a su antigua profesión de pescador, a aquella de la cual Jesús lo había llamado para que pescara hombres. Quizás creía que su pecado — haber negado a su amigo y Señor— lo descalificaba ya para su nuevo trabajo. Su posición en el nuevo reino estaba, por decir lo menos, comprometida; ni más ni menos, había negado al Mesías, al heredero prometido del trono de David en el nuevo reino. En sus propias palabras, como en el bolero, lo había dejado todo por seguir a Jesús: trabajo, familia, esposa, terrenos (Mateo 19:27-28; Lucas 18:28-30) y al final él solito se había descalificado negándolo. ¡Peor aún, su Señor había resucitado! Desde la subjetiva experiencia de Pedro, lo peor que le había podido pasar no era haber negado a Jesús, sino que, después de haberlo negado, Jesús resucitara. ¡Eso sí que es mala suerte! Aparte de que los muertos no resucitan, justo el que se resucita es Aquel a quien él negó, demostrando así que era el verdadero Mesías.

Claro que sí,  Pedro estaba convencido de que su traición lo descalificaba para cualquier posición en el nuevo reino del Mesías resucitado, si es que no lo hacía merecedor de la muerte. ¿Qué opciones tenía? Es difícil culparlo. Se devolvió a hacer lo que antes hacía: pescar. Y se llevó a otros «exdiscípulos» con él: Juan, Jacobo, Tomás, Natanael y otros dos no nombrados. Pero, siendo Pedro, su mala suerte lo acompañaba, y no pescó nada en toda la noche (como en aquella época no había neveras, era costumbre pescar en la noche para vender el pescado fresco en la mañana), así que debía estar doblemente frustrado. Para completar, llegó un desconocido a la orilla con una pregunta que les echaba en cara su mala suerte:

—¿Tienen algo de comer? —preguntó.

—No tenemos nada —respondieron perdedores desde la barca.  

El desconocido les dijo que arrojaran las redes a la derecha del bote. Pedro y los demás decidieron hacerlo probablemente con cierta actitud de whatever… y para su sorpresa las redes terminaron tan llenas de peces que no podían ni siquiera levantarlas. En ese momento, uno de los que estaba con Pedro (quizás uno de los dos no nombrados), se dio cuenta de que el desconocido era Jesús y se lo dijo a Pedro. Entonces Pedro, entendiéndolo todo, se arrojó al agua y se fue nadando hasta la orilla a verlo, sin esperar siquiera que la barca, llena de los pescados por el milagro, llegara.

¿Qué fue lo que entendió Pedro? Decir que se dio cuenta de que era más grande quien hacía el milagro que el milagro mismo es un lugar común que, aunque cierto, no hace justicia al tamaño de la revelación. Hay mucho más de fondo. Lo que Pedro entendió fue el escandaloso tamaño del amor y la gracia de su Señor, la abismal diferencia entre el verdadero Mesías y los gobernantes de las naciones (Mateo 20:25-28), las reglas del nuevo reino, porque su llamado seguía vigente. ¿Cómo es esto?

La pesca milagrosa posterior a la resurrección fue casi idéntica a la pesca milagrosa previa a la resurrección en la que Jesús llamó a Pedro (Lucas 5:1-11). Como la vez anterior, Pedro y sus amigos habían pasado toda la noche sin pescar (Lucas 5:5; Juan 21:3). Como la vez anterior, fue Jesús quien les dijo que volvieran a arrojar la red (Lucas 5:4; Juan 21:6) Como la vez anterior, Pedro estaba frustrado. Y como la vez anterior, iba con otros que presenciaron lo ocurrido; es más, probablemente quien le dijo a Pedro que el de la orilla era Jesús también había estado con él en la pesca milagrosa anterior y por eso cayó en cuenta (Lucas 5:9-10; Juan 21:1-2,7). Y, más importante, como la vez anterior, la escena culminó con el llamado de Jesús a Pedro (Lucas 5:10; Juan 21:15-17).

Volvamos pues a la frustración inicial de Pedro por haber negado a su Señor resucitado; por saber que, después de ser uno de los favoritos del Mesías, él y solo él había dilapidado la oportunidad más grande de su vida; todo esto sumado al dolor que le hacía llorar por haber traicionado a su amigo inocente. Lo que Pedro recibió cuando Jesús le repitió el milagro fue vida, una nueva vida. Y no hablamos aquí solo de la vida biológica de saber su cabeza sobre su cuello… aunque fuera un alivio que no suelen tener quienes traicionan a otros señores. No, no hablamos de bios, sino de zoe, de abundancia de vida (Juan 10:10). Pedro volvió a nacer: sus sueños fueron renovados, sus esperanzas fueron renovadas y su posición fue confirmada (no es un detalle menor: Apocalipsis 21:10,14). Porque esa es la forma de proceder del Señor de Pedro, del nuevo Rey de las naciones.

Jesús terminó diciéndole a Pedro que el apóstol iba a morir como mártir por Él en algún momento y, contrario a lo que la mayoría pensaría, esas palabras fueron bálsamo para el corazón atribulado de Pedro. Jesús mismo le estaba dando la seguridad de que, cuando fuera el momento de su muerte, no negaría a su Señor como la vez anterior, sino que lo iba a glorificar con ella. Jesús, siendo palabra y vida, Logos y Zoe, no puede hablar sin dar vida. Ni siquiera hablando de muerte deja de darnos vida (Juan 21:18-19).

Jesús habló y le ratificó a Pedro que Él lo amaba con amor eterno, que lo había llamado y que Él mismo sanaba el corazón del apóstol para que, llegado el momento, fuera capaz de ofrecer su bios, porque había recibido de Jesús zoe.  

La paradoja hispana

El lenguaje es fascinante. Nos moldea y somos moldeados por él. No solo es una forma de comunicación, sino que en sí determina una cosmovisión. Cierto idioma nos permite ver cosas difícilmente discernibles en otro y nos limita de manera que otros no lo harían.

Por ejemplo, se suele llamar «paradoja hispana» al sorprendente hecho de que los hispanos de primera generación en Estados Unidos solemos ser más longevos que los blancos, a pesar de las obvias diferencias socioeconómicas (menor nivel de educación, menores ingresos y peor acceso a la salud, en comparación con los blancos). El hecho ha solido atribuirse a menores tasas de tabaquismo, pero esta explicación no solo peca por reduccionista, sino que es anatema por simplona y aburrida.

María Magdalena Llabre, directora asociada del Departamento de Psicología de la Universidad de Miami, tiene una hipótesis diferente. Llabre sugiere que hay aspectos culturales, sobre todo del lenguaje, que tienen cierto efecto psicosomático. Por ejemplo, el verbo inglés to be significa ‘ser’ y ‘estar’, y puesto que en el inglés no hay diferencia entre los dos significados, una expresión como I am sick traduce no solamente ‘estoy enfermo’, sino ‘soy enfermo’. En español captamos la diferencia claramente: la primera es temporal, la segunda es hipocondría.

Una buena forma de testear la hipótesis de Llabre sería evaluar la longevidad en hispanos de segunda generación, dividiéndolos entre quienes mantuvieron el español y los que lo perdieron. Obviamente, más allá de la lengua, hay otros factores de la cultura a tener en cuenta, como nuestras dinámicas familiares y sociales, tan marcadamente diferentes de las típicas gringas. Pero me parece seguro decir que tales factores están altamente correlacionados con el idioma. O, en buen espanglish, que el idioma es un proxy de la cultura.

En este sentido es notorio cómo los hispanos de segunda generación, mucho más inmersos en la cultura estadounidense que sus padres, viven cierta transformación que está intrínsecamente ligada al idioma. Por ejemplo, cuando los cubanos de segunda generación que han alcanzado las clases altas de Miami interactúan en inglés, incluso entre ellos, su tono de su voz es suave, quedo, y su postura corporal más compuesta. No obstante, cuando repentinamente cambian a español, como buenos costeños, no solo suben tono y volumen, sino que manotean más, se ríen más (y más fuerte) y, en general, su lenguaje corporal se hace más relajado. Este fenómeno es divertidísimo y curiosísimo para el observador externo; parece una teletransportación permanente entre Coral Gables y Hialeah.

Más aún, cuando me he adentrado en conversaciones profundas y personales con hispanos de segunda generación, me he dado cuenta de que hasta las preocupaciones y la percepción de los problemas varían con el idioma. Es decir, con los cambios de idioma, incluso los instantáneos, viene un cambio en la cultura, una forma diferente de vivir y de entender la vida. Por cierto, el efecto de la cultura lo vio Valdano en el fútbol hace tres décadas:

El fútbol es cultura porque responde siempre a una determinada forma de ser… el fútbol se termina pareciendo al sitio donde crece. Los alemanes juegan con disciplina y eficacia; cualquier equipo brasileño tiene la creatividad y el ritmo de su tierra; cuando apostaron por otro orden fracasaron, porque si bien los jugadores aceptan la imposición, no lo sienten. Argentina tiene un exceso de exhibicionismo individual y una carencia de respuesta colectiva así en la cancha como en la vida. Si esas fronteras se van haciendo difusas es porque el fútbol, además de parecerse al lugar donde se juega, no escapa a su tiempo, y ésta es época de uniformización. La selección española no tiene un estilo propio, quizá por las diversas identidades que hacen a sus autonomías y que tienen en el fútbol su correspondencia.

El País, 11 de julio de 1994.

Se vive como se habla. Y se habla —y se juega fútbol— como se vive. La de Llabre es entonces una explicación muchísimo más interesante y coherente de la paradoja hispana. Más aún, la paradoja hispana nos tendría que hacer pensar en los grandes beneficios de nuestra cultura, sobre todo comparada con aspectos poco favorables de la cultura gringa, como el individualismo y la vida para el trabajo, con su consecuente monotonía. Por supuesto, nuestra cultura natal tiene cosas poco deseables, las que nos trajeron a este país en primera instancia, pero también en esto es posible examinar las dos culturas y retener lo bueno de cada una de ellas.

Dizque tabaquismo…