¡Renunciamos!

Muchas cosas han ocurrido en los últimos días. Después de estar muy enfermo y estresado por mi trabajo, al punto de perder el sueño casi por completo y hasta llegar a creer que estaba en riesgo de un infarto, tras orar mucho con mamá, decidimos que lo mejor era renunciar.

La Universidad de Miami ha sido un empleador ingrato, por decir lo menos. Pero no quiero hacer de este escrito un memorial de agravios, aunque sí quisiera escribir alguna vez las cosas que allí me han ocurrido. En lo que aquí quiero enfocarme es en la razón por la cual tomé la decisión de retirarme de la Universidad (al menos de la Facultad de Medicina, porque existe una leve posibilidad de mudarme a la Facultad de Artes y Ciencias, que no descarto todavía por completo, aunque sí me siento muy inclinado a hacerlo).

Hace mucho que no quería seguir con este trabajo. Y no me refiero a meses, sino años. Por ejemplo, el año pasado, después de otra nueva grandísima desilusión, estuve al borde de hacerlo por las poco beneficiosas condiciones de trabajo para mí, que tienden a empeorar con los días y que están enterrando mi carrera. Pero como ahora soy padre de familia y mi trabajo es la fuente de ingresos para mamá y para ti, me contuve. Y aunque todo me dolía por dentro, con resignación seguí.

No obstante, la decisión me pesaba. Verás, la resignación es una forma de pecado porque revela falta de fe. Por eso me sentía tan inconforme. Porque, mamá y toda la familia lo sabe, llevo tres años buscando otro trabajo y no lo he conseguido. Una posible explicación a ello es que mi falta de productividad en mis años de depresión me llevó a no tener tantas publicaciones ni historial de grants, así que mi perfil puede no resultar tan atractivo. Así que me he sentido peleando contra el mundo y muchas veces he tenido que batallar con el sentido de frustración.

Pero hay algo que vas a aprender de mí, y es que con mi Señor la resignación no es una posibilidad. Yo estoy dispuesto (¡espero!) a sufrir por amor a mi Dios y por amor al prójimo, pero estoy muy poco dispuesto a resignarme a dejarme enterrar por una situación, como si no supiera que mi Dios es el Todopoderoso y me ama con locura. La resignación para el creyente es pecado porque revela falta de fe. Por eso me pesaba continuar. Por eso no podía continuar. Y sin embargo…

¿Qué me llevó a tomar la decisión? La voz de Dios hablando a mi corazón. ¿Cómo ocurrió? He estado leyendo Marcos por estos días. Había leído cómo Jesús alimentó a los cinco mil con cinco panes y dos peces y, poco después, cómo alimentó a cuatro mil con siete panes y unos pocos pescaditos.

Tiempo después (no sabemos qué tanto), Marcos narra que Jesús tuvo un altercado con los fariseos y se fue en la barca con los apóstoles, que habían olvidado llevar comida y solo tenían un pan. El Señor les dijo que debían cuidarse de la levadura de los fariseos y de Herodes (por cierto, ¡justo los religiosos y los políticos!). Los apóstoles se preguntaron si les estaba diciendo esto porque no llevaban comida, así que Jesús los llevó a la siguiente conversación (Marcos 8:14-21):

—¿Por qué están hablando de que no tienen pan? ¿Todavía no ven ni entienden? ¿Tienen el corazón endurecido? ¿Es que tienen ojos, pero no ven, y oídos, pero no oyen? ¿Acaso no recuerdan? Cuando partí los cinco panes para los cinco mil, ¿cuántas canastas llenas de pedazos recogieron?

—Doce —respondieron ellos.

—Y, cuando partí los siete panes para los cuatro mil, ¿cuántas cestas llenas de pedazos recogieron?

—Siete —dijeron.

—Y todavía no entienden.

No puedo describirte con palabras la paz que sentí en mi corazón en ese momento, el peso que se me quitó de los hombros. Mi buen Dios me recordaba lo que Él puede hacer y que, conforme a su promesa del Sermón del Monte de proveer para todas nuestras necesidades si buscamos primeramente el reino de Dios y su justicia, Él iba a tener cuidado de nosotros. Desde aquel momento empecé a recuperar el sueño y mi digestión se normalizó. Yo no voy a ser de los que no tienen fe, de los que se resignan como si no tuvieran Dios. Y es mi oración que Dios nos dé fuerzas a mamá y a mí para mostrarte —y a muchos más a partir de ti, nuestra semilla de Mostaza— cuánto vale la pena confiar en Él.

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