Implicaciones teológicas del bosón de Higgs

La llamada «partícula de Dios» ha dado mucho de qué hablar en estos días debido a que los científicos del CERN anunciaron que habían detectado su huella, digamos, hace unos pocos días. Mucho trecho hay de aquí a confirmar que realmente se trata de la famosa partícula, pero por causa del argumento que aquí quiero presentar (sus implicaciones teológicas) supongamos que así es. Aclaro, eso sí, a modo de disclaimer que lejos estoy de ser un experto en la materia y no pretendo que mi opinión sea definitiva.

Lo primero que quiero aclarar es que el nombre «partícula de Dios», traducción de la expresión inglesa God particle, se ha prestado a malas interpretaciones, principalmente porque en inglés pareciera implicar que la partícula es Dios (luego que es la causa de todo lo que conocemos). No es así, el término proviene de un libro con idéntico título escrito en 1993 por el premio nobel Leon Lederman. La idea detrás del nombre era mostrar dos cosas: Primero, que la partícula subyace todo objeto físico que conocemos; segundo, que la partícula era muy difícil de encontrar: su existencia se predijo hace casi 50 años, pero solo hasta ahora se puede detectar su huella (véase este breve escrito al respecto del apologista cristiano William Lane Craig). Justo es decir que el nombre original de Lederman para su libro era La partícula maldita (The goddamn particle, en inglés), precisamente por lo complicado que era encontrarla; pero la casa editorial que publicó su libro, en una movida comercialmente brillante, lo convenció de cambiar el título por el que ya se mencionó, dándole así un efecto publicitario gigante.

Entrando en materia, si algo me ha gustado de todo el cubrimiento mediático del bosón de Higgs es que gracias a este las noticias se centran en la ciencia por las razones correctas, porque la ciencia está haciendo bien su tarea, está haciendo descubrimientos científicos interesantes y válidos. Pero, seamos claros desde el principio, el descubrimiento del bosón de Higgs tiene consecuencias teológicas mínimas, tendiendo a nulas, al menos directamente, por dos razones que pretendo explicar:

Una de las razones es que no prueba que Dios no exista o que no sea necesario. El modelo físico estándar —la teoría reinante en la física para entender la materia y sus interacciones en términos de unas pocas partículas elementales, una teoría muy coherente y que funciona muy bien—, establece que el bosón de Higgs es necesario para explicar la masa de otras pocas partículas que, a su vez, explicarían el resto de la materia y sus interacciones. Sin embargo, no se afirma que el bosón de Higgs sea condición suficiente para la formación de las partículas. Es decir, no se afirma que el bosón de Higgs es la causa de otras partículas elementales, sino que en ausencia del bosón de Higgs no tenemos cómo explicar (la masa de) esas partículas… al menos usando el bien ponderado modelo estándar.

De modo que el descubrimiento es que el bosón de Higgs sí existe, como lo había predicho la teoría. No que el bosón tiene poder creador y menos aun que existía antes del inicio del universo, como su apodo parece sugerir. De hecho, se sabe que su comienzo debe ser posterior al Big Bang. Así las cosas, el bosón de Higgs no afecta el argumento cosmológico para la existencia de Dios, que tiene su mayor fortaleza en que el universo tuvo origen.

Por otro lado, el bosón de Higgs tampoco prueba que Dios exista o que sea necesario. En esto hay que ser claro. No tengo más que decir en este aspecto.

No obstante, quiero usar este resultado para argumentar algo que viene llamando mi atención hace algún tiempo. El hecho de que, parafraseando a Einstein, lo más incomprensible del universo sigue siendo cuán comprensible este es. El apego del mundo observable al modelo, a las matemáticas subyacentes, que son elegantísimas y profundísimas, además de incomprensible es sorprendente: hay una sumisión de la realidad al lenguaje, en este caso el lenguaje matemático; una realidad con contenido semántico (la expresión de esa matemática) que resulta ser completamente coherente con el Logos, la segunda persona de la Trinidad, el Verbo que creó cuando habló (Sal. 33:9). La palabra creada, vemos en este caso de la confirmación del modelo estándar, está escrita en lenguaje matemático de una forma tan soberanamente elegante que, si tomamos en serio Juan 1, no refleja tan solo la inteligencia del Logos, sino el gran detalle y la fineza de su pensamiento. El universo y su compleja elegancia es lo que esperamos encontrarnos si nuestro punto de partida es la cosmovisión cristiana.

No quiero decir con esto que el modelo estándar esté completamente comprobado o que no pueda contener errores. A estas alturas, de hecho, el modelo está lejísimos de dar una descripción completa. Sí creo, sin embargo, que cada futura confirmación o corrección que se le haga continuará mostrando que no es posible la reducción materialista que muchos científicos supusieron. En su lugar, se necesitarán más matemáticas para continuar con esta descripción —matemáticas cada vez más profundas y elegantes, creo yo—, de modo que el contenido semántico se incrementará, haciendo claro que cuanto más nos adentremos en entender este mundo material, más información vamos a necesitar. Y esa cantidad tan grande de información es más coherente con el cristianismo y su Logos que con cualquier otra cosmovisión.

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