Cosas demasiado maravillosas

Dice Job después de que Dios lo interpela (Job 42:3):

«¿Quién es este —has preguntado— que sin conocimiento oscurece mi consejo?» Reconozco que he hablado sobre cosas que no alcanzo a comprender, de cosas demasiado maravillosas que me son desconocidas.

Si demasiado encierra una connotación negativa, ¿a qué se refiere Job cuando habla de cosas «demasiado maravillosas»? Puesto de otra forma, si maravillosas es una palabra que encierra un consideración positiva, ¿cómo es que Job contrapone un adverbio negativo a un adjetivo positivo?

El adverbio demasiado aparece en casi todas las traducciones en español de esta cita. Igualmente, en la mayoría de versiones inglesas la traducción es «too wonderful», con la usual connotación negativa que suele tener la palabra too en el inglés, y la positiva de la palabra wonderful.

Para entender la cita en cuestión es necesario revisar el contexto: Job está respondiendo a la pregunta con la cual Dios comienza cuestionándolo (Job 38:2-3):

«¿Quién es este que oscurece mi consejo con palabras carentes de sentido? Prepárate a hacerme frente; yo voy a interrogarte, y tú me responderás».

Tras esta introducción, Dios pasa los siguientes dos capítulos dando una lección al patriarca sobre algunos ejemplos de su creación. Job termina tan confundido que solo puede repetir las palabras de la pregunta original de Dios; se siente totalmente abrumado por el conocimiento de quién es Dios contra quién es él.

Pienso aquí en el famoso ensayo de Kant sobre lo bello y lo sublime, que encierra para mí la interpretación correcta del pasaje. Aquí la palabra demasiado exalta lo sublime, y maravillosas, lo bello. En Dios las dos cosas al tiempo se satisfacen. Job está obnubilado. La creación es bellísima, pero el poder necesario para llevarla a cabo es sublime, aterrador.

Por supuesto que nada de esto ha cambiado con nuestro actual desarrollo científico. Seguimos sin poder responder a las preguntas del Creador a Job. Primero que todo, explicar las cosas en términos de leyes naturales es a lo sumo una explicación segunda porque ahora tenemos que explicar cómo es que las leyes aparecen en primer lugar. Segundo, suponiendo que conociéramos las leyes naturales que sirven para explicar el funcionamiento mecánico de toda la naturaleza (and what a big if diría el mismísimo Darwin), tal razonamiento no excluye a Dios, pues como constantemente lo repite el matemático John Lennox, apelar a la ley de la combustión interna del funcionamiento de un motor no hace menos necesaria la explicación de Henry Ford para el mismo motor. Finalmente, leyes como la gravedad o la combustión interna explican el funcionamiento del fenómeno natural de interés, no su aparición por primera vez en la existencia.

Hoy conocemos mucho más de lo que Job conocía. Hoy sabemos que la impresionante complejidad de la creación es mucho mayor que la imaginada por los antiguos, razón por la cual el sentimiento de obnubilación del patriarca no solo no debería desaparecer en nosotros, sino que debería incrementarse. Entender la elegancia y precisión al detalle del diseño natural como hoy lo hacemos no ha hecho la creación más sencilla. Más bien, nos ha abierto los ojos a la increíble complejidad especificada presente en ella. A tal grado que cuando se examina de cerca es difícil no caer postrado de rodillas diciendo como Pablo: «¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!».

Hoy más que nunca sabemos que estamos hablando de cosas demasiado maravillosas que no alcanzamos a comprender. La sublimidad de la belleza en la creación es abrumadora.

Pensar en Dios y su poder suele tener este efecto en el creyente, mezcla de dos cosas: una belleza que atrae como hoyo negro en el centro de una galaxia y una sublimidad que repele hasta sentir terror. Cuando el periodista Lee Strobel entrevistó a Stephen Meyer, filósofo de la ciencia de Cambridge, el segundo culminó su explicación de por qué la ciencia no niega a Dios con la siguiente declaración con la cual termino yo también (traducción mía):

Contemplo las estrellas en el cielo nocturno o reflexiono sobre la estructura y las propiedades de transmisión de información en la molécula de ADN, y son para mí ocasiones de adorar al Creador que las hizo. Pienso en la sonrisa pícara en los labios de Dios a medida que en los últimos años ha salido a la luz toda clase de evidencias sobre la confiabilidad de la Biblia y su creación del universo. Creo que Él ha revelado estas cosas en su providencia y se deleita cuando descubrimos sus huellas en el vasto universo, en las reliquias polvorientas de la paleontología y en la complejidad de la célula.

De modo que, para mí, explorar la evidencia científica e histórica de Dios no es solo un ejercicio cognitivo, sino un acto de adoración. Es una forma de dar al Creador el crédito, la honra y la gloria debidas…

Observar la evidencia —tanto en la naturaleza como en las Escrituras— me recuerda vez tras vez quién es Él. Y también me recuerda quién soy yo: alguien en constante necesidad de Él.